Mucho hemos hablado sobre el aceite de oliva y los beneficios que puede aportarnos. Pero, no nos podemos olvidar de lo más importante: el olivo.
La Olea europaea es lo que todos conocemos como olivo. Este árbol, de hoja perenne, puede llegar a ser muy longevo, existiendo olivos que acumulan más de mil años. Los olivos pueden alcanzar hasta 15 metros de altura, tienen la copa ancha y el tronco grueso y tienen un aspecto retorcido. El olivo tiene unas características muy especiales:
El olivo es un árbol claramente mediterráneo, el cual se adapta perfectamente al clima de las zonas en las que se encuentra. De hecho, puede soportar hasta -10ºC y es muy resistente a las sequías, ya que no es necesario un riego constante. Es por ello por lo que el olivo es el árbol más característico de la Península Ibérica.
El olivo es un árbol frutal y, como tal, produce flores antes de producir su fruto, la aceituna. Las flores del olivo son hermafroditas y florecen durante mayo y julio, aunque puede variar dependiendo de la climatología. Las flores se denominan también rapa, esquimo o trama. Como dato curioso, podemos decir que la floración es la etapa más crítica del olivo y la que determina el éxito (o el fracaso) de la cosecha venidera.
Además, el polen de un olivo no puede polinizar flores que considere de su misma familia o de olivos cercanos. Por ello, el polen es capaz de viajar kilómetros con el fin de polinizar otros olivos. Este es el origen de que existan tantas variedades de olivo.
El fruto del olivo es la aceituna, la cual experimenta cambios en su color al tiempo que engorda. Así, podemos encontrarnos aceitunas verdes en su periodo más joven, como aceitunas violáceas y negras, cuando alcanza su madurez. El envero es el estado de madurez óptimo de la aceituna, que puede marcar el inicio de la recolecta (cosecha temprana).
La palabra “olivo” procede del latín olívum, que designa el mismo árbol. A su vez, el término latino es un préstamo del griego ἔλαι(F)ον, el cual hace referencia a diferentes términos según su género.
Por ejemplo, la forma neutra de ἔλαι(F)ον, hace referencia al producto de la aceituna, es decir, al aceite de oliva. El masculino de ἔλαι(F)ον se refiere al acebuche y el término femenino se utiliza para designar tanto al árbol, el olivo, como al fruto, la aceituna.
En castellano, la aceituna y el aceite de oliva se designan con un préstamo del árabe az-záyt. De hecho, para la mayor parte de los etimólogos y lingüistas, la palabra “aceite” como tal, proviene del árabe. Vocablos referidos al mundo oleícola, como alpechín o almazara, atestiguan la enorme influencia de la cultura árabe.
¿Quieres saber más sobre el mundo del olivo?
El acebuche es el término con el que nos referimos al olivo silvestre. Básicamente, un acebuche se diferencia de un olivo en su porte, ya que el olivo silvestre es más parecido a un arbusto, de menor tamaño que el olivo y con un fruto bastante más pequeño. Es frecuente verlo en los bosques rodeado de encinas, quejigos y alcornoques.
El acebuche vive en todo tipo de suelos y, a pesar de aguantar muy bien el calor, es especialmente sensible al frío.
Una de las aplicaciones más comunes de los acebuches es su uso en repoblaciones forestales gracias a su rusticidad (habilidad de crecer en posibles zonas adversas). En 2020, se llevó a cabo en Gran Canaria el proyecto “Life The Green Link”, enfocado a incrementar la supervivencia de las reforestaciones.
Para conseguir el objetivo del proyecto, se plantaron 4.409 ejemplares de árboles, entre los que destacan los acebuches, pinos canarios, sabinas y almácigos. Los resultados de este proyecto se publicaron y anunciaron un incremento del 88,3% de la supervivencia gracias al acebuche.
El primer olivo del que se encuentran referencias se encuentra en el actual Líbano. Los ciudadanos fenicios fueron quienes introdujeron el olivo en la Península Ibérica hace unos 3.000 años. Durante el reinado de los Reyes Católicos en España (1475 – 1504), se plantaron más de cuatro millones de olivos solo en Castilla y Andalucía.
De hecho, fue a partir de esta época cuando se comienza a implantar el olivo en América, desde California hasta Argentina, gracias al segundo viaje de Cristóbal Colón (1493).
En la actualidad, España es el principal productor mundial de aceite de oliva del mundo. De hecho, cuenta con la mayor reserva de olivos de Europa y abarca más del 50% de la producción mundial de aceite de oliva.
El olivo es un árbol característico de climas mediterráneos, pero no por ello se encuentra exclusivamente en la Cuenca Mediterránea. Algunos países con climas parecidos al mediterráneo, como Sudáfrica, Perú o Australia, se dedican, aunque en menor medida, al cultivo del olivar. De hecho, podemos encontrarnos con estos árboles en zonas muy secas, como los territorios Palestinos y California; recordemos que el olivo resiste muy bien las sequías.
En el mundo, se conocen más de 250 variedades de olivo, como las variedades picudo, hojiblanca, arbequina, empeltre, frantoio, cornicabra… Sin embargo, haremos especial hincapié en la variedad picual, la variedad con la que se elabora el aceite de oliva Oleobercho.
La variedad picual también se conoce como marteña o lopereña y es la más importante y extendida en lo que a cultivo se refiere. Solo el 20% de la producción mundial de aceite de oliva se elabora con esta variedad. Su producción se centra casi exclusivamente en Jaén, de la que es originaria, y en al que encontramos casi el 91% de su plantación. La variedad picual es una de las variedades de aceituna más estables y con mayor proporción de ácido oleico, componente muy beneficioso para nuestra salud.
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